quinta-feira, 17 de maio de 2012

Cerdo en “cajita”


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Generación Y es un Blog inspirado en gente como yo, con nombres que comienzan o contienen una "i griega". Nacidos en la Cuba de los años 70s y los 80s, marcados por las escuelas al campo, los muñequitos rusos, las salidas ilegales y la frustración. Así que invito especialmente a Yanisleidi, Yoandri, Yusimí, Yuniesky y otros que arrastran sus "i griegas" a que me lean y me escriban.

Cerdo en “cajita”

El mercado está casi vacío. Es muy temprano todavía y sobre una tablilla alguien escribe los nuevos costos para una libra de carne de cerdo. Parece un gesto simple el de esta mano que ha cambiado apenas un dígito en el precio de las costillas, de las piernas o de la grasa ya procesada. Pero, en realidad, lo que queda expresado en esa pizarra –en sus números trazados con tiza- es un verdadero cataclismo mercantil. La economía interna cubana sufre de una fragilidad que basta el leve encarecimiento de un kilogramo de bistec o de manteca para trastocar nuestro débil entramado comercial. Con unos centavos que se le sumen a un alimento, el termómetro de la angustia cotidiana se dispara, los grados de la inquietud se incrementan.
Precisamente, cierto estado de alarma recorre por estos días el país. El cerdo escasea por las limitaciones con el pienso, cuyas importaciones han disminuido y cuya producción local no acaba de despegar. El sector por cuenta propia se resiente con la carestía del producto que es la base de las llamadas “cajitas”, que incluyen casi siempre arroz, algún tubérculo y un poco de carne. Ese almuerzo “en la mano” es el sostén de muchos cubanos que trabajan fuera de sus casas y constituye también la unidad básica de la gastronomía privada. Cuando “la cajita” sube de precio arrastra consigo todo lo demás. El vendedor de zapatos grava su mercancía para recuperar lo perdido en el tentempié del mediodía; la tendera que ha pagado más por unas sandalias tratará de sacarle la diferencia a los clientes incautos que no revisan el vuelto y el ama de casa jubilada le escribirá al hijo en Frankfurt o en Miami para que le refuerce la remesa, por aquello de que la vida está muy cara. Y toda esta secuencia de problemas y malestares comienza en una cochiquera, en ese sitio donde el pienso y los cuidados deberían convertirse en kilogramos de carne y sin embargo no se logra.

Salir de la inercia ¿a la izquierda o a la derecha?

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Todavía no tenía edad para ir a la escuela y estaba en ese parque que los vecinos de la zona llaman de “Carlos III”, aunque los mapas insistan en rotular como de “Carlos Marx”. Mi hermana y yo jugábamos en la fuente seca y saltábamos de un banco a otro. En un momento miramos hacia la sede de la logia Masónica que hace esquina en la calle Belascoaín y el globo terráqueo sobre su azotea echaba un humo gris, se incendiaba lentamente frente a nuestro ojos. Recuerdo que le gritamos a mi padre “¡Papi, el mundo se quema!” y los tres corrimos hacia el custodio del edificio para decírselo. En pocos minutos llegaron los bomberos y desde ese día no volvió a girar aquella reproducción del planeta, su mecanismo rotatorio dejó de funcionar… durante décadas.
En ese mismo parque de mi infancia, el Observatorio Crítico realizó el sábado un encuentro en solidaridad con el movimiento mundial de los indignados. Horas antes de que llegaran los convocados, las inmediaciones habían sido tomadas por la policía política y también por guardias uniformados. Varios activistas y periodistas resultaron detenidos antes de llegar y conducidos hacia barrios distantes para que no participaran. El evento se sucedió finalmente, aunque marcado por la premura y por la baja asistencia. No obstante, pudieron desplegar un par de carteles anticapitalistas, tomarse algunas fotos y recordar en la distancia una corriente de inconformidad que sacude países como España, Inglaterra y Estados Unidos. Los asistentes cantaron la Internacional y algunos habituales del lugar descubrieron -sólo entonces- el rostro del autor de El Capital cincelado en aquel muro. Quince minutos después ya el #12MGlobal terminaba en La Habana y los chiquillos volvían a hacer suya la fuente vacía, los bancos y el busto en relieve de un hombre nacido en la Alemania de 1818. En la noche, el noticiero estelar reportaría las protestas en Londres y Madrid mientras guardaba silencio sobre la demostración en territorio nacional.
A pesar del limitado número de asistentes y del estrecho margen ideológico de la convocatoria, lo ocurrido es algo enriquecedor para la sociedad civil cubana. El sectarismo oficial no distingue entre inconformes de izquierdas o de derechas, sospecha de todos los que osen criticarlo sin importarle mucho cuál es su filiación. En las oficinas de la Seguridad del Estado le tienen un expediente abierto tanto a José Daniel Ferrer como a Pedro Campos, le siguen la pista con sospecha a la Unión Patriótica de Cuba y también al Observatorio Crítico. Para un totalitarismo, no importa si sus disidentes dicen abrazar la misma doctrina de los manuales otrora oficiales, basta con criticar para ir a parar al mismo saco de los enemigos. Este país varado en la inercia política necesita echar a andar, le urge emprender el sendero de la pluralidad y la democracia. Como esa bola del mundo en la esquina de Carlos III y Belascoaín, Cuba debe comenzar a moverse. Quizás en un primer momento gire hacia la izquierda o hacia la derecha, dé algunos tumbos u oscile hasta encontrar su propio ritmo. Pero desde ahora nadie puede imponerle una sola dirección, nadie tiene derecho a atenazarla en un solo camino.
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Más roja que cruz

Durante la última semana, los medios oficiales han insistido sobremanera en el origen y funcionamiento de la Cruz Roja en Cuba. Alrededor del 8 de mayo, fecha de la fundación de este cuerpo humanitario, se han publicado varios reportajes sobre su carácter auxiliador y neutral. Entrevistados para el noticiero estelar, aparecen quienes llevan un accionar sacrificado para socorrer a las víctimas de accidentes o de conflictos. Sin dudas, historias de desprendimiento personal y de filantropía que se ven compensadas con una vida que se salva o con un agravamiento físico que se evita. Pero el motivo para estos homenajes y crónicas no es solamente el de conmemorar y darle su justo reconocimiento al comité fundado por Henri Dunant en 1863. La televisión nacional trata también de limpiar la lamentable imagen dejada por uno de esos voluntarios cubanos durante la misa de Benedicto XVI en Santiago de Cuba.
A estas alturas, son pocos los que en esta Isla no han visto el video donde un hombre –vestido con el emblema de la Cruz Roja- golpea y lanza una camilla contra Andrés Carrión, quien había gritado una consigna anti-sistema. La escena mueve a tanta repulsa, denota tanta bajeza, que hasta partidarios del gobierno muestran su rechazo a tales prácticas. Conmueve la desproporción de fuerzas entre alguien que no puede defenderse y aquel otro que lo abofetea y lo ataca con un objeto de primeros auxilios. El incidente derivó en un pedido de explicación por parte del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y hasta en una inédita nota de disculpas de su contraparte cubana. Pero no ha sido suficiente. Lo que ha quedado en evidencia no es sólo la ira de un paramilitar disfrazado como sanitario o el rencor ideológico que se fomenta a cada paso sin medir las consecuencias. Se ha desnudado también que las autoridades de nuestro país carecen de límites éticos cuando de reprimir una opinión diferente se trata. Si para camuflar su tropa de choque tienen que vestirla como un equipo deportivo, unos “estudiantes espontáneos” o un grupo médico, lo harán. No se detienen y echan mano de emblemas internacionales y hasta utilizan con fines políticos el prestigio de ONGs extranjeras. Eso tiene que saberse, basta de ingenuidades.
Caperucita tiene pocas oportunidades: el lobo de la intolerancia puede disfrazarse de abuela, de la madre que le dio los pasteles y hasta del propio leñador que viene a rescatarla.

La ruta del plástico

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A ras de suelo, caído y con un enorme hueco en el fondo, yace el contenedor de basura de la esquina. Hace apenas unos meses fue puesto allí, con su abultado cuerpo gris listo para tragarse los desechos. Pero no resistió: el  vandalismo, unido a la pésima calidad de su material, lo han dejado en un estado casi inservible. Una calle más abajo, otro corrió peor suerte y desapareció después que lo ubicaran próximo a la estación de Tulipán. Otros dos, con las ruedas arrancadas y las tapas perdidas, descansan a pocos metros de la línea del tren. Según un funcionario de la Empresa de Comunales, en La Habana se han llegado a robar “hasta 50 tanques de basura en un solo día”. En la noche se le ven repletos –con su mal olor, sus moscas y sus gatos vagabundos- y a la mañana siguiente ya no están, sólo queda el contenido volcado sobre la calle.
Hay muchas maneras de medir el estado material de una nación y una de ellas es listando lo que la gente saquea de los espacios públicos. Recuerdo cuando, a principios de los años noventa, había que custodiar los bombillos de los pasillos y de los ascensores casi como si fueran lingotes de oro que pendían del techo. Desvalijar se ha ido convirtiendo en una forma de protestar; en un gesto que mezcla la depredación y la revancha social contra un estado que ha sido –durante demasiado tiempo- omni-propietario. Rara vez les tiembla la mano para el pillaje a quienes crecieron junto a padres que vivían de desviar recursos en su centro laboral. Más bien se hacen adultos versados en el hurto exprés, en delitos que tienen tanto de carroña como de urgencia.
Las ruedas del contenedor de desechos van a parar a la carretilla con la que se carga el agua en los barrios donde el suministro es inestable. La estructura de plástico recorre una ruta más larga, es derretida y convertida en pinzas para tender la ropa, en embudos para trasvasar combustible o en exprimidores de naranjas. Ante la ausencia de un mercado mayorista donde comprar materias primas, cualquier objeto en la vía pública puede terminar transmutado en un producto para ser vendido. No quedan rastros, sólo unas vetas de color gris que en el cepillo de lavar rememoran al tanque de basura que había en la otra esquina.

Creyentes y no creyentes; simpatizantes y no simpatizantes

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La última vez que la Plaza de la Revolución estuvo llena, repleta de gente, fue cuando Benedicto XVI hizo su homilía en La Habana. Los locutores de la televisión repitieron con una extraña insistencia que a esa misa asistían “creyentes y no creyentes”. Para los oídos no entrenados en el discurso oficial cubano, aquella afirmación podía sonar como un gesto de inclusión o de tolerancia. Sin embargo, se trataba más bien de una aclaración –para nada sutil- de que ni toda esa multitud era católica, ni el Papa contaba con un rebaño tan grande entre nosotros. Si se prestaba atención a cada palabra dicha por los representantes del gobierno, los cubanos estaban allí por “disciplina”, por “respeto” o por ser un pueblo “ecuánime”, pero no precisamente por fe.
Me pregunto si este 1ro de mayo también echaran mano a calificativos tan contrastantes. Podrían, por ejemplo, decir que en este día de los trabajadores desfilan tanto “revolucionarios como no revolucionarios”,  lo cual no sería nada absurdo en una jornada que debe tener un cariz laboral y sindical, no político. ¿Se imaginan la voz grave del presentador afirmando que en la multitud agitan sus banderitas lo mismo “empleados que desempleados”? De estos últimos tendría que ser sin dudas el bloque más enérgico, pues la cifra de trabajadores que quedaran disponibles durante 2012 asciende a 170 mil a lo largo del país. Frente a los micrófonos, debería hacerse la distinción de que en la muchedumbre,  ante la estatua de José Martí, se hallan “simpatizantes y no simpatizantes” del gobierno raulista. Porque entonces ¿quién se creerá que en un millón de individuos todos están de acuerdo con la gestión del presidente?
No habrá ni sorpresas ni matices, sino intentos de aglutinar y de mostrar a los cientos de miles de participantes como un coro unánime que apoya al sistema. Y el 1ro de mayo volverá a ser secuestrado, como tantas otras veces. Desde la tribuna, saludarán precisamente quienes deberían estar emplazados y criticados en las pancartas, no liderando una conmemoración obrera. El día terminará sin haberle podido exigir a ese patrón llamado Estado que eleve los salarios, abarate los costos de la vida o mejore las condiciones laborales. En lugar de eso, cada cabecita vista desde la torre de la Plaza será contada como un aplauso. Cada individuo que desfile será computado como un fiel “creyente” del Partido, como alguien que no duda, no cuestiona, no reclama.

¿Por qué José Daniel?

José Daniel Ferrer
José Daniel Ferrer
Sabía que irían a por él. Cuando hablé por primera vez -vía telefónica- con José Daniel Ferrer, me percaté enseguida de su excepcionalidad. Poco tiempo después conversamos alrededor de la mesa de nuestra casa y aquella impresión se confirmó aún más. Mientras afuera se hacía de noche, el hombre de Palmarito del Cauto nos narró los años vividos en prisión desde la Primavera Negra de 2003 hasta mediados de 2011. Los golpes, las denuncias, los reos que lo llamaban con respeto “el político” y también los carceleros que trataban de doblegarlo por la fuerza. Pasamos horas oyendo aquellas anécdotas, a veces de horror y otras de verdadero milagro. Como cuando logró esconder de las requisas un pequeño radio que fue su posesión más preciada hasta que él mismo lo hizo añicos contra el piso, segundos antes de que un oficial se lo decomisara.
José Daniel, el líder de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), es hoy el principal dolor de cabeza de la Seguridad del Estado en el Oriente del país. Ocupa ese lugar –admirable pero peligrosísimo- en parte porque cada palabra suya proyecta honestidad y determinación. Campechano, joven, conciliador, ha logrado avivar un movimiento disidente que languidecía entre la represión y el exilio de una parte de sus miembros. Su poder de convocatoria y el respeto que le tienen muchos, brota también de su perseverancia y especialmente de que se muestra más presto al abrazo que a la desconfianza. Se ha convertido en un hombre-puente entre varios proyectos ciudadanos y eso lo hace ahora mismo una afilada piedra dentro de la bota del gobierno cubano.
Desde hace 23 días este santiaguero incansable está detenido. Ya no puede moverse por las carreteras empinadas que conectan los municipios de su región, ni responder entrevistas, ni enviar desde su móvil mensajes a Twitter. El lunes pasado se declaró en huelga de hambre en el cuartel policial donde lo mantienen incomunicado. A su esposa Belkis Cantillo todavía no le han informado cuánto tiempo más pasará arrestado ni tampoco si le presentarán cargos legales. Algunos amigos tenemos un mal presentimiento. José Daniel Ferrer ha llegado a tener una capacidad de convocatoria que asusta a las autoridades cubanas y lo castigarán duramente por eso. Le temen, porque puede lograr que el título de “ciudad heroica” de Santiago de Cuba, cobre un nuevo sentido en estos tiempos.

Despertar


Sostiene el micrófono pegadísimo a la boca y los dreadlocks se le mueven inquietos sobre la espalda. Raudel Collazo está en escena: suda, canta, habla y a cada rato un coro de aplausos se suma a su música. Después del concierto volverá a la casa de Güines, a la acera estrecha y rota por la que va con su hija hacia la escuela, a la madre de pañuelo blanco alrededor de la cabeza. El documental Despertar, dirigido por Anthony Bubaire y Ricardo Figueredo, indaga precisamente sobre el hombre que comparte cuerpo con el músico prohibido. En pantalla, se exponen esas inquietudes suyas que terminan volcadas sobre las letras de Escuadrón Patriota. Para completar esa indagación, la cámara capta también las imágenes de una cotidianidad familiar y personal que ha sido narrada en sus canciones.
Raudel, que en el conocidísimo tema “Decadencia” le puso música a las angustias de muchos cubanos, es ahora el protagonista de este filme en blanco y negro. Una obra que fue censurada en la última edición de la Muestra Joven organizada por el Instituto de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). El incidente motivó la renuncia del destacado cineasta Fernando Pérez, quien presidía dicho evento y había logrado evitar otros intentos de exclusión. Durante 12 años, en ese espacio de audiovisuales independientes se han presentado varias creaciones que abordan temáticas tenidas en Cuba como tabú en el orden cultural, social o político. De ahí que lo ocurrido a principios de este abril resulte un grave revés para el hervidero de atrevimiento en que se había convertido el encuentro.
Para el espectador foráneo será difícil detectar, a lo largo de sus 45 minutos, el motivo para satanizar el documental. En la pantalla aparece un hombre que habla, ama, opina; alguien que aborda temas como el racismo, el estado de la salud pública o la situación constructiva de su vivienda… No hay llamados a la violencia social ni mensajes de odio; tampoco incitaciones a una revuelta popular. Allí, tirado en una cama o comiendo con un amigo, se ve sólo un individuo que ha encontrado en la música un camino de expresión cívica y en los estribillos de sus canciones una forma de reclamar derechos arrebatados. No obstante, los censores sí se percataron del “peligro” que entraña contarle al público cubano el despertar de un ciudadano, mostrarle el clamor que lanza cuando sale del silencio.
* Próximo viernes, 27 de abril a las 8 pm, premiere del documental Despertar en Estado de SATS Calle 1ra no. 4606 e/ 46 y 60 Playa. El sábado pasado se suspendió la proyección por dificultades con el clima.

SOS por las playas del este

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Estamos en receso escolar.Las paradas se muestran atestadas de madres con niños que quieren ir al zoológico, al acuario o a cualquier otro lugar recreativo. En La Habana Vieja no queda un solo recoveco sin esos pequeñines que demandan un helado y le halan la falda a la abuela para que les compre una pizza. A las afueras de los parques de diversiones, una larga fila aguarda por subirse a los carros locos y despeinarse en las montañas rusas. Mientras, los padres meten la mano titubeante en la billetera. Saben que en la mayoría de los casos sólo los pesos convertibles lograran trastocarse en dulces y en refrescos, aunque la entrada al museo y al cine sea en moneda nacional. Los colegios serán, hasta que llegue el próximo lunes, sitios silenciosos y vacíos.
Mi hijo, que está en esa edad difícil entre la niñez y la adolescencia, también disfruta de su semana de vacaciones. Ayer, quiso nadar un rato en las playas del este de La Habana y allá nos fuimos, junto a mi padre que hacía una década no se llenaba los pies de arena. El mar estaba hermosísimo como siempre, el sol cumplía su papel allá arriba y hasta un par de nubes nos regalaron su sombra en este ardiente abril. La naturaleza, en fin, puso la mejor nota de la tarde. Sin embargo, una mezcla de desidia y abandono ha cambiado el paisaje costero que conozco muy bien desde mis años infantiles. Por supuesto que la zona para turistas -frente al hotel Tropicoco- está impecablemente limpia, con policías haciendo la ronda para que ningún cubano vaya a “molestar” a los extranjeros. Pero fuera de ese perímetro de confort, un verdadero desastre ecológico queda como escenario para los nacionales.
La arena ya no es una zona aplanada de ondas suaves. Cerca del mar se ve gris y compactada, mientras el viento se ha llevado sus partículas más finas hacia dunas enormes cubiertas de plantas espinosas. Entre la calle y lo que sería la espalda de los veraneantes se erigen ahora estos montículos que deben ser escalados para llegar a darse un chapuzón. Rocas, fragmentos de concreto y hasta maderos, se asoman en la orilla de varias partes del litoral. Boca Ciega, el trozo de playa donde iban las
familias hace treinta años y las prostitutas con sus clientes hace veinte, es hoy una zona carente del mínimo servicio de baños, cafeterías o sombrillas. Parece un campo de batalla después del bombardeo. Quitarse los zapatos para caminar un rato no es una buena idea, por culpa de los cristales y los trozos de metal. Ni hablar de la parte conocida como Guanabo, donde las zanjas de aguas albañales siguen drenando hacia el mar. Lo peor es que en las caras de los habitantes del lugar hay un gesto de olvido, abandono, pasado esplendor convertido en sal.
Mi hijo daba braceadas en el agua, mientras la adulta que soy se acordaba de todos los castillos de arena que levantó en aquel lugar. Evocaba aquellas diminutas fortalezas, desde cuyas torres empinadas el futuro parecía más hermoso y mejor.
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Color prosperidad

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Las balaustradas tienen forma de mujer desnuda y la verja está cubierta de lajas de piedras. El jardín alcanza apenas para medio metro de césped y sobre él ladra durante todo el día un diminuto pekinés. Desde la puerta de entrada se alcanza a ver la barra de “bar” que divide la sala de la cocina, con botellas rellenas de líquidos de colores. Un tanque de plástico asoma en el techo y almacena el agua para los días de escasez. Las ventanas de hierro y cristal traslucen las figuras que se mueven dentro del hogar y de noche revelan también el brillo del televisor. Toda la minúscula “mansión” ha sido pintada con ese color bermellón que por estos días es señal de prosperidad. Con esa tonalidad preferida por quienes se abren camino económicamente a pesar de las privaciones y los absurdos burocráticos.
Incluso en calles sin asfaltar sobresalen estas viviendas retocadas con esfuerzo propio y pesos convertibles. Minúsculos palacetes con pretensiones de grandeza saltan de pronto ante nuestra vista. Nos dejan entre sorprendidos y optimistas al encontrarlos en medio de los vericuetos de El Platanito, La Timba, Zamora, el Romerillo y otros barrios insalubres. Colindan con el basurero desbordado o la fosa albañal que destila calzada abajo, pero en sí mismas estas “casitas de muñecas” son como burbujas de bienestar. Tienen esas ínfulas que se expresan en detalles rocambolescos como columnas en forma de troncos de árboles o enanitos de barro a la entrada de la verja. Recargadas la mar de veces, arquitectónicamente ridículas otras tantas, estas imitaciones de castillos hablan de un deseo pujante de habitar un espacio hermoso, personalizado. Son como algunos barrocos panteones del cementerio habanero, pero esta vez para disfrutar en vida.
Me encanta tropezarme con esas fachadas y ver a sus moradores asomados a los mínimos balcones. Hay algo en ellos, en la pintura elegida para cubrir los muros y en el sonajero que cuelga del portal que me da esperanzas. Me reconforta saber que el deseo de progresar materialmente no fue borrado con tantos años de falso igualitarismo y simulada modestia. Algo de las ansias de prosperidad quedó en nosotros y ahora esa avidez tiene un color bermellón que es imposible tapar.

Cumple-Blog

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Un niño de cinco años empieza a ir a la escuela, pero un blog de esa misma edad ha dado ya pasos más osados. Hago hoy un esfuerzo y trato de recordar a la mujer callada y temerosa que fui antes del 9 de abril de 2007 en que creé Generación Y. Sin embargo, no puedo. Se me pierde su rostro, se me diluye entre todos los momentos hermosos y difíciles que he experimentado después de colgar mi primer texto en la web. Ya no logro imaginarme sin este diario accidentado y personal. Tengo la impresión de que siempre, de una u otra manera, estuve escribiendo una bitácora. Cuando el adoctrinamiento y la sinrazón alcanzaban puntos intolerables, mi cabecita infantil glosaba la realidad -al margen- de una forma que nunca hubiera podido decir en voz alta. La adolescente evasiva en que me convertí también seguía haciendo lo mismo: narrándose su cotidianidad, tratando de explicársela e intentando escapar de ella.
Lo cierto es que aquella mañana en que salí de casa para colocar en Internet mi página virtual, nadie podía imaginar cuánto me transformaría con esa acción. Ahora, siempre que me asalta la aprensión de que la policía política cubana es “infalible”, exorcizo ese pensamiento diciéndome que “no lo sabían, ese día no pudieron siquiera intuir que crearía este sitio”. Lo que ocurrió después ya es más que conocido: llegaron los lectores, se adueñaron de este espacio como un ciudadano se apertrecha en una plaza pública; tocaron a mi puerta muchos otros que querían ayuda para crear sus propios espacios de opinión; aparecieron los primeros ataques y surgieron también los reconocimientos. En el camino se me perdió aquella madre de 32 años que sólo hablaba de “temas complicados” en un susurro, se me extravió la treintañera compulsiva que apenas si sabía debatir o escuchar. Este blog ha sido como experimentar, en el tiempo y en el espacio de una sola vida, una infinidad de existencias paralelas.
Nunca más he podido volver a caminar de incógnita en la calle. Aquel don de la invisibilidad que alardeaba poseer se fue al traste, entre el abrazo de quienes me reconocen y los ojos atentos de quienes me vigilan. He pagado un enorme costo personal y social por estas pequeñas viñetas de la realidad y no obstante, volvería a tomar mi memoria flash, me iría nuevamente al lobby de aquel hotel donde lancé a la gran telaraña mundial mi post inaugural.

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Postcommunio Súmpsimus. Dómine, sacridona mystérii, humíliter deprécantes, ut, quae in tui commemoratiónem nos fácere praecepísti, in nostrae profíciant infirmitátis auxílium: Qui vivis.

"RECUAR DIANTE DO INIMIGO, OU CALAR-SE QUANDO DE TODA PARTE SE ERGUE TANTO ALARIDO CONTRA A VERDADE, É PRÓPRIO DE HOMEM COVARDE OU DE QUEM VACILA NO FUNDAMENTO DE SUA CRENÇA. QUALQUER DESTAS COISAS É VERGONHOSA EM SI; É INJURIOSA A DEUS; É INCOMPATÍVEL COM A SALVAÇÃO TANTO DOS INDIVÍDUOS, COMO DA SOCIEDADE, E SÓ É VANTAJOSA AOS INIMIGOS DA FÉ, PORQUE NADA ESTIMULA TANTO A AUDÁCIA DOS MAUS, COMO A PUSILANIMIDADE DOS BONS" –
[PAPA LEÃO XIII , ENCÍCLICA SAPIENTIAE CHRISTIANAE , DE 10 DE JANEIRO DE 1890]