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Categorías de seres humanos. Por Rosa María Payá Acevedo
Descargar este artículo en formato PDFHace unas semanas que en los medios del Sur de la Florida y en las redes sociales se denuncian los abusos sistemáticos a los que son sometidos los refugiados cubanos y de otras nacionalidades en Las Bahamas. El detonante ha sido una serie de videos tomados con celulares de manera clandestina, donde se observa a oficiales patear personas y someterlas a diferentes torturas. Quienes hicieron público el video aseguran que fue tomado en los campos de reclusión de refugiados de Nassau, y a pesar de que personas han reconocido a sus familiares o amigos en las imágenes, la cancillería bahamesa ha negado que fuesen auténticas.
Estos centros parecen ser el escenario de sistemáticas violaciones de los derechos humanos, mas no son un fenómeno nuevo. El dato más antiguo del que tengo conocimiento, lo refiere el NY Times en agosto de 1963, al hablar de una intervención de las fuerzas aéreas y navales cubanas en la otrora isla británica, durante la cual raptaron a 19 refugiados y los llevaron de vuelta a Cuba. Pero aún más asombrosa es la reacción de la comunidad internacional ante un hecho que viene ocurriendo hace años, y al respecto del cual no hay muchos más ecos que los que modestamente provocan las voces de los cubanos y cubanoamericanos.
En dos de los más importantes periódicos norteamericanos, no hay ni rastros de estos eventos en los últimos 20 años, aún cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha emitido informes al respecto a partir de denuncias fechadas desde 1998. El País español por su parte relaciona los nombres de ambas islas caribeñas cuando de huracanes se trata, mientras otros diarios ibéricos los mencionan solo para reseñar los avances en las excavaciones petroleras que se llevan a cabo de manera conjunta con Cuba.
Diferente es la reacción cuando se trata de las igualmente injustas vejaciones que sufren los prisioneros de la Base Naval de los Estados Unidos en Guantánamo. El repudio en este caso alcanza dimensiones de alta política que incluyen a la comisaría de derechos humanos de la cancillería rusa, al presidente suizo del Comité Internacional de la Cruz Roja, al las Naciones Unidas, a la Iglesia Católica Norteamericana, algún partido de izquierda francés y a miles, quizás millones, de personas en el mundo que se manifiestan a favor del cierre de la prisión del extremo oriental cubano.
Curioso también que en ese mismo extremo de mi país, la Cárcel Provincial de Guantánamo, bajo el control de las autoridades cubanas, es conocida por el trato inhumano, la falta de higiene, la mala alimentación y las golpizas ocasionales a las que son sometidas las personas que allí sobreviven. La mayoría de los centros de reclusión del país presentan situaciones similares.
Parecería que los hombres de trajes naranjas que permanecen recluidos en la base naval poseyeran una categoría distinta a los emigrantes no-uniformados del Caribe. Una hipótesis podría ser que los habitantes del Medio Oriente despiertan mayor simpatía o compasión que los caribeños, pero dado que precisamente en aquella región se han cometido y comenten innumerables atropellos contra los derechos humanos, por parte de las autoridades de esos países, e históricamente la condena internacional recibida ha sufrido sus altibajos, este argumento no se sostiene. Lo escandaloso sería que el nivel del escándalo pueda estar relacionado con la categoría de los represores. No son los marines norteamericanos quienes torturan a cubanos y haitianos en Bahamas, no se trata del “imperio yanqui” contra los “oprimidos de la tierra”. La percepción es entonces que los maltratos que practican las autoridades del Commonwealth of the Bahamas son menos atractivos para la comunidad internacional.
No puedo evitar cuestionarme las motivaciones de las fuerzas tras estas reacciones. Si no son la compasión por el que sufre, el sentido de justicia o el respeto a los tratados internacionales, ¿será que la cantidad de la solidaridad la determina la impopularidad del opresor? ¿No proclama acaso la Declaración Universal de Derechos Humanos que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos? Asusta un mundo en el que los lobbies determinan y los grupos de presión tienen intereses, más que convicciones.
¿Quién hace lobby por nuestros hermanos, cuyos derechos se violan en La Habana y en Nassau con la misma impunidad? ¿Dónde están los documentales sobre los campos de concentración bahameses, donde hay niños en edad escolar y mujeres con los labios cosidos? ¿Dónde está el repudio absoluto a las vejaciones que sufren estas personas que emigran, sobre las que no pesa ninguna acusación? ¿Por qué en 20 años que lleva esta situación no se ha puesto de moda entre los jóvenes estar a favor del cierre de los campos de reclusión en las Bahamas?
Al parecer, la sensación de impunidad se contagia, y los oficiales bahameses sienten que pueden golpear a los cubanos de la misma manera en que se ensañan contra los miembros de la oposición los cuerpos represivos de la Seguridad del Estado en la Mayor de las Antillas. Los unos y los otros deben saber que la impunidad no es sostenible en el tiempo, y que ese tiempo se está acabando.
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